Aprovechando la ventaja que implica el enorme privilegio de escrutar las páginas sin fin desde nuestro amado Opus Magnum, citamos algunas curiosas observaciones acerca de libros que han sido previamente publicados, de aquéllos borradores que alguna vez fueron juzgados como indignos del grosor tintero, y por supuesto también de libros que serán publicados en un cercano y probable futuro; por qué no algunas observaciones acaso provenientes de esas ouvres juzgadas como inmerecedoras de las farsas marquetineras típicas de las oligárquicas casas editoriales, así como tampoco deberíamos olvidar a esos libros que no habrán de ser publicados en el impredecible futuro: de todos ellos entonces es que compartiremos observaciones, tanto dignas como indignas de su tiempo valioso tiempo, querido lector.
Las visiones personales del antropólogo, cineasta, poeta, regisseur, asmático y experto en las fábulas de La Fontaine y Esopo, llamado Jean Marie Egueniçe Ramboulleou, están contenidas en las páginas de su postrero – y único – trabajo intitulado Fábulas, Medialunas y Canard à l’Orange. El tercer capítulo que aquí nos convoca está enteramente dedicado a la supuesta existencia de un famosísimo y espléndido Príncipe Azul, o Principe Azzurro según denominación de origen.
Su siguiente análisis está perfectamente justificado dados sus ancestros tanto italianos como españoles; el lector habrá de notar que su nombre es apenas una artística máscara para cubrir su denominación original: Juan María Eugencia Cazzalli del Hortelano. Él escribió:
“El Principe Azzurro fue verdaderamente un hombre y no un pitufo gigantesco. Desafío con fervor a todos aquellas teorías peyotísticas que presentan a nuestro espléndido y divino miembro de la realeza cuentística como un sobredesarrollado habitante honguífero. Su título nobiliario le fue merecidamente conferido no solamente por debida herencia, sino también gracias a su imponente mas humilde presencia, como asimismo merced a un sutil detalle vestuarístico: la capa que, acariciando su cuello, cubría su delicada y esbelta figura, tallada y esculpida ésta a lo largo de infinitas horas de yoga y pilates; sin embargo, la llevaba demasiado ajustada a su císneo cuello, de ahí la referencia al azul.
“Cada mañana, cuando nuestro azulado héroe abandonaba el hogar familiar, su típicamente sobreprotectora madre italiana solía casi estrangularlo mientras se quejaba de cuán poco él, su más preciado y amado figlio, se cuidaba correctamente dado el frío clima y su frágil salud; y que si algo llegase a ocurrirle ella moriría al instante no sin antes haber masacrado a todos los pueblerinos. Esta co-creadora femenina era conocida en el pueblo como la porca putana, mas su familia la llamaba por su cristiano nombre: Silvia D’ancoli, sufriente mujer que tuvo una vida signada por el abandono. Apenas tenía tres años cuando su padre, un despiadado comerciante de Vercelli, las dejó a Silvita y a mamma Carla, en la pobreza total. Acaso sin pronunciar palabra alguna el fugitivo cobarde se escabulló durante la vigésima noche del noveno mes de ese mismísimo año, para nunca más volver. Desde aquél entonces la vida transcurrió frente a esos verdecinos ojos que siempre ostentó Silvia de una manera gris y desapercibida, despojada de esperanzas y temores; hasta que un encuentro ocurrido mientras ella sufría su primer floreciente sangrado prometió ser, acaso, una luz al final del despadrado túnel que duraba ya nueve años. De repente, la vida parecía ser genial: él era alto, apuesto, bendecido con una apariencia robusta y un perfecto perfil griego; incluso había algo familiar acerca de tal presencia estremecedora. Para todo el mundo él era conocido como Andoni; para ellos, la conexión fue apasionada e instantánea. La misma carnicería que actuó como testigo involuntario del primigenio encuentro fue también el nido amoroso que, a través del hedor de sus jugos vacunos y la mística esencia chacinada, inspiró a la pareja que llevaba tres meses de amor a unirse eternamente en el sagrado acto del amor físico. El resultado de tal unión fue un bebé que debido a un problema menor con el cordón umbilical casi muere al nacer. Su color era angustioso; color que al final terminó por ser una premonición de aquello que habría de transformarse en su destino: fue bautizado como Azzurro.
“Tres años después de tal nacimiento, el cual por supuesto ocurrió en la mismísima carnicería que involuntariamente atestiguó los tres momentos más especiales de sus vidas, las Nornas del destino seguían tejiendo su ineludible telar; la vida tenía otros planes: defecó y vomitó una vez más sobre el rostro de la povera Silvia, cuando un despalabrado Andoni, su único y verdadero amor, escabullóse por la noche dejando así en la usual angustia abandonada al piccolo Azzuro y a la porca povera putana Silvia, para jamás volver.
“Por supuesto que éstas no son simples teorías mías, sino el resultado de enormes horas dedicadas a investigaciones y estudios, las cuales llevaron y eventualmente ayudaron a que yo descubriera un dossier secreto ubicado estratégicamente bajo un simple mas bello monumento en honor al trabajo de Madame Curie, que adornaba la entrada de un modesto café en las afueras de Basora.
“En dicho documento encontré muchos microbios, ácaros, una foto autografiada de Enrico Caruso, un solitario pelo rojo que aparentemente perteneció alguna vez al gran David Caruso, y polvo de hierro que pudo alguna vez haber pertenecido a la bicicleta de Daniel Larusso. Además de estos curiosos descubrimientos, pude leer algunas observaciones hechas por Jools Vixsundermanft, conocido profesor de la Universidad de La Haya y el Collegium Rotterdamer, escritas en los márgenes del anónimo dossier de Basora:
“’2 cucharadas de sal, 35 gramos de azúcar, 50 pequeños pitufos…’
“Fácil es ver que tales notas nada tienen que ver con el tema que nos convoca alrededor de mi libro. Las verdaderamente interesantes expresan que:
“’El verdadero nombre de nuestro debatido monarca, el mítico Principe Azurro, es (pues será eterno) Giuseppe Carlo Rigoberto del Paccino; y en efecto, ¡qué apolíneo mancebo era! ¡Disculpas! Fue, es y será, dada su cualidad de eterno. Él fue, es y será un hombre bendecido por los dioses; desde su más tierna infancia escuchó el ovino susurrar vocacional a través del cual supo que las ovejas habrían de ser su vida y su verdadera pasión. Nulo fue el tiempo que Guiseppino perdió en nimias tareas mundanales: de inmediato zambullóse en la dedicada práctica, perfeccionando así sus habilidades pastoriles; y aliado con un aparato digestivo que aborrecía el abundante arroz piamontés, partió raudo en busca de verdaderas alturas donde lo esperarían sus verdaderos y únicos amigos lanados para finalmente poder comenzar a concretizar su ovino destino. En las rocosas alturas de Monte Barone lo encontró todo; las cuales además estaban, bien por fuerza del azar o gentileza del destino, convenientemente cerca de su natal Vercelli. Volviendo a su amor lanar: tamaña era la natural inclinación afectiva que Giuseppino sentía para con su pastoril vocación y sus amigas lanadas, que solía improvisar cantadas estanzas acerca de cómo ninguna damisela podría jamás igualar el cobijante interior de sus amadas ovejas; he aquí un elemento clave que acaso podría explicar algunas de sus hazañas excepcionales: tal predilección lanar cobija justamente a la razón por la cual yo creo que nuestro azulado pastor fue capaz de realizar tantos actos altruistas a lo largo de la historia de los cuentos de hadas con tal impresionante desapego. Estoy seguro de que el aroma y la calidez de sus amadas ovejas fue la fuerza inspiradora que lo llevó a besar y así rescatar a todos esos desdichados y blondos personajes femeninos con latente intención de que todos pudieran descubrir, en paz y armonía, el sabor, candor y amor que sus pequeñas lanosas ovejitas exhudaban y provocativamente ofrecíanle sobre las rocosas alturas del Monte Barone.
“’El falso nombre encuentra su origen en la descontrolada consumición y abuso (físico) que nuestro Héroe hacía del queso azul, o Roquefort. Narraciones de su tiempo (2) especulan acerca de su quesística dieta; es ampliamente creído en la norteña Italia, lugar de su pueblo originario, que el Príncipe, es decir, Giuseppe Carlo Rigoberto del Paccino, ingería alrededor de 786 y 874 kilos de Roquefort al día, esto dependiendo de su temperatura corporal, amén de la circunstancial compañía con la cual disfrutaba y compartía la delicia láctea. Su festín comenzaba por lo general a las 7:31 am, momento en el cual el gallo familiar brindaba su primer cantar; es pertinente aclarar que no siempre sucedía de igual modo: en ocasiones nuestro azulado Giuseppino era despertado por el inconsciente mas duro canto de su propio gallo, algo que naturalmente lo forzaba fuera de la cama para lavar tanto su humanidad como las manchadas sábanas. Si esto ocurría durante una noche carente de humedad, sus padres, o mejor dicho mamma Silvia y su ocasional novio, sufrían a su vez las consecuencias del canto gallístico-onírico-lechoso-pegajoso: hecho acaso favorecido por las secas y deshinchadas aberturas que podían encontrarse en el desprolijo suelo amaderado que permitía la abundante filtración de la acuosa catarata láctea, la cual cayente brotaba desde el lechal lecho de nuestro Giuseppino, quien solía despertar inundado, no únicamente de placer, sino también acompañado por los gritos provenientes de la inferior recámara materna; un constante dúo, mas no siempre expresando el esperado asco al unísono. Es mi parecer que la recurrencia de tales lácteos y cataráticos sueños se debía al irresistible encanto de esas hermosas ovejitas que él pastoreaba – ¡disculpas otra vez!: que él pastoreó, pastorea y pastoreará, porque Giuseppe es, fue y será eterno. Su consumición quesera terminaba a medianoche, mas no por fuerza de la voluntad o predilección gustativa, sino por un usual bloqueamiento de las vías aéreas: esto por lo general se manifestaba a través de unos escasos centímetros del manjar azul saliendo por su narina izquierda (3).’
“Siguiendo el rastro de las marginales notas de Jools Vixsundermanft, me fue imposible detenerme. Unos escasos minutos después, y escrito en densa tinta negra precisamente sobre el mismísimo reverso de la página en la cual encontré las previas notas, leí:
“’Por supuesto; ¡las anteriores especulaciones tienen completo sentido! Muchas gracias mi querido Jools por iluminarme en lo que hasta ahora había sido para mi el mayor misterio en la historia humana toda: ¿por qué Silvia D´ancoli perpetuamente sufrió de un estado desparejado, incapaz de restablecerse a ella misma y sanar así a su ánima emocional a través de otro lazo de amor, si era una bellísima madre con pechos que podrían haber alimentado al pueblo todo y además producir las vastísimas cantidades de queso requeridas por su único hijo, Giuseppe Carlo Rigoberto del Paccino?
“’Ese mismo relato de los mojados sueños de Giuseppe ofrecen la solución a un problema que me ha empujado a un casi inevitable suicidio. Ella (la mamma) siempre terminaba teniendo citas con desalmados hombres que se aprovechaban de la libre y gratuita catarata-pegajosa-láctea que aparecía ex nihilo en la habitación de Silvia durante esas mañanas secas. Creo firmemente que ésta es la razón por la cual nunca pudo establecer una relación apropiada y estable con algún válido y verdadero hombre de alma noble y desinteresada; muchos de ellos eran completamente homosexuales y solo la amaban debido al interés que tenían en la catarata lechosa, mientras que otros eran estrictamente heterosexuales mas incapaces de resistir el ser alimentados en la boca con ese misterioso nutriente que parecía venir de los cielos, como si fuera el divino maná. Es justo imaginar que la mayoría de sus insignificantes amoríos fueron con hombres judíos, ansiosos y desesperados por buscar el sello de Yahveh en el líquido signo cayente. Quizá también podamos ver en la circuncisión de esos hebreos interesados la metáfora de la parte faltante, del amor ausente del lecho de la mamma, el cual rebosante de interés lácteo simboliza así la ausencia de una verdadera conexión entre Silvia D´ancoli y el vero ser masculino. También debo asumir yo, a través de un fuerte ejercicio sincero, que de haber tenido la chance de dormir en ese pegajoso lecho seguramente no habría podido resistir la tentación de tomar una rodaja de pan durante la noche para luego esconderla debajo de la almohada; más tarde, cuando el pan estaría ya cumpliendo su destino caliente luego de varias horas bajo mi cabeza, probablemente disfrutaría de la cascada pegajosa-láctea con mi tostado banquete y quizá algunas fetas de prosciutto; ¿por qué no también tener mi café con un poquito de lechita fresca? ¿Quién es lo suficientemente hipócrita como para no solamente censurar mas para despreciar y condenar la conducta de esos amantes interesados? ¡Oh cruel destino que jamás le concedió a Silvia un hombre intolerante a la lactosa!’
“Desearía poder compartir el nombre del autor de tales ponderosas percepciones internas, mas aparentemente el ignoto escriba se quedó sin tinta; aunque parece que en efecto intentó continuar escribiendo con una inidentificada sustancia láctea pegajosa, la cual no puedo determinar a través del sabor o la vista.
“Aquélla mismísima tinta (o sustancia láctea-pegajosa), la cual encontró su primigenia causa en esas fantásticas inspiraciones que vinieron en infinitas corrientes divinas al ahora último presidente de la Sociedad Otomana de Escritores Suicidas, Abdul Malik al Manzur, sacude nuestra modorra intelectual al presentar sus extremadamente personales conclusiones:
“’…Por otro lado (3.4), para poder finalizar el debate acerca de por qué el Príncipe es azul, algunas fuentes dentro del círculo íntimo que goza de la suma confianza de la Bella Durmiente – cuyo verdadero nombre es Marigold Ferregnatti – podrían haber confesado que, en realidad, el Príncipe era en efecto un Pitufo por demás crecido (4). Otros creen que en realidad el Príncipe simplemente era Pitufina, luego de que el departamento de justicia del Condado de Merton, localizado en la zona sudoeste de la ciudad de Londres, votara a favor de su apelación para obtener un cambio de sexo gratuito. En lo que sí coinciden todos es aquello que ya forma parte de la herencia cultural de la humanidad: Pitufina fue una creación de Gargamel, perpetrada con la sola intención de infiltrarse y así alterar el balance natural del hábitat pitufero; y usted, querido lector, debería ya saber que ella originariamente era una hermosa morocha que se volvió blonda luego de una frenética noche en la cual Papá Pitufo trabajó a destajo para poder transformarla en una verdadera Pitufa despojada del sello gargameliano. Luego de mágicamente volverse una real integrante de la familia pitufera, vemos que algo ha cambiado para siempre: el color de su pelo; ahora es rubia (4.1). En lo que casi nadie concuerda, es que aparentemente y debido a ciertos efectos secundarios provocados por los truquillos de Papá Pitufo, quien ansioso por despojarla del sello gargameliano pudo haber cometido alguna indolente tropelía, Pitufina tomó contacto de una forma insospechada con su lado masculino; cuestión que la acosó durante días, durante semanas, durante meses. Sombra que la inspiró a escribirle una ingente cantidad de cartas a un primo lejano que solía vivir cerca del área Wimbledonense; fue gracias a uno de estos bellos intercambios epistolares que Pitufina supo que había algo que podría hacerse para remediar este padecimiento interno, esta trifulca con su doble natura; el resto es historia. A fuerza de anestesiantes, hormonas, suplementos y demases, abrazó esperanzada el cambio, acogiendo así a su lado masculino para, de una vez y para siempre, volverse el único y verdadero Principe Azzurro. Ahora me voy volando porque todo este escribir acerca de Pitufina me ha excitado por demás; ¡necesito Roquefort ya!’
“Estas mismas teorías son algunos ejemplos de aquello que le ayudó a Abdul Malik al Manzur alcanzar el fin de su carrera escolástica. Un tiempo después de publicado el párrafo anterior, fue encontrado con un hongo incrustado en su miembro viril, gritando ¿puedes sentirlo Pitufina? Desterrado de todo círculo intelectual posible, murió en soledad, hundido en las infernales y verdosas profundidades de la selva Madre de Dios, en el Perú. Algunas semanas antes de su terrenal desaparición fue visto en Iquitos recopilando información acerca de pistas que, según creía, podrían llevarlo definitivamente tras los pasos del verdadero Papá Pitufo. Todo lo que llevaba encima era una copia del libro de Tahir Shah Un rastro de plumas y unos pocos pavos que habrían de obsequiarle alguna sesión ayahuasquera.
“El hoy presidente de la SOES (cuyo irrelevante nombre es indigno de ser explicitado) presenta otra posibilidad, dado que el Principe Azzurro:
“’Bien pudo haber sido Papá Pitufo, obviamente bien aseado y sin el mostacho’.
“Tenemos también a alguien más interesado en el tema, el eminente terapeuta lacaniano Ernst Lungwirdt, quien confiesa:
“’Realmente siento una gran aversión para con el Principe Azzurro; de la misma forma que detesto las cucarachas, especialmente cuando las piso involuntariamente con mis desnudos pies. Todo este surménage me ayudó a darme cuenta de que la sajona expresión to feel blue, que significa estar ligeramente deprimido o tristesino (4.2), halla su probable origen en la mismísima existencia del Principe Azzurro. Era un hombre/Pitufo – o lo que el lector desee hacer de él – cuyo espíritu estaba siempre abrumadoramente sumergido en las turbias aguas de la depresión (4.3). Las implicancias de semejante aseveración son varias; es por ello que puedo insinuar sin temor a cometer un error (a pesar de que a veces me sienta temeroso, sentimiento que al final demuestra su sinsentido dado que jamás me equivoco) que el Principe vivió en un estado de depresión crónica; he aquí el origen de la anteriormente citada expresión, la cual según Bertrand Russell era verbalizada en las tabernas galesas de la siguiente manera: Hey McCormack, give m’self a Paint, cause me Mary left me, and I feel blue as the Prince. Lengua castellana: Ey McCormack, dame una pinta, porque me dejó la María, y estoy deprimido como el Príncipe (5).’
“El asunto acerca del espíritu no es dejado inmaculado, dado que aquí citamos a Maximal Benedictus Jörg Mustergrumpfel, teólogo del Colegio de Religiones y Sectas de Berlín, quien prefiguró y escribió un estupendo tratado sobre mitos, personajes de cuentos hádicos y productos lácteos llamado Geschichten der Religionen und Mythen:
“’Todo caerá en su propio lugar una vez que comencemos a ver las cosas en un nivel metafórico. El azul es un color primario entre cuyas varias facultades está la pureza. Gracias a mi amiguísimo James Sittar y su humilde generosidad (acaso existe una sin la otra) es que he podido darme cuenta de la existencia de aquél sutil hilo que teje debajo de esa esencialidad disfrazada de color, el cual en este caso, es azul. La palabra en árabe para denotar pureza es safwa (صفو) en su formal original. Según el Diccionario Lane de árabe clásico el significado primario de la raíz trilítera s-w-f es: Era, o se volvió, claro, límpido, o puro, o libre de turbiedad, viscosidad o barrosidad, o libre de mezcla. Y dicho acerca del aire, o atmósfera: Era, o se volvió, despejado; libre de toda partícula de nube. (Y es también dicho, figurativamente, de la vida; y acerca de la mente, o corazón; y del amor, o inclinación afectuosa).
“’Tales son las virtudes de aquél hombre que está destinado a despertar y reconocer, a través del arte del beso (que acaso sea un holograma de todas las expresiones amorosas), a esas extraviadas, fragmentadas, desorientadas y olvidadas féminas pronto a convertirse en mujeres, atrapadas en el mundo de las apariencias y esclavizadas por la opresión y la oculta envidia producto de la errónea competivización típicamente masculina adoptada por ellas mismas.
“’Aprovechando las ilustrativísimas páginas del diccionario Lane, escudriñamos más significados de la raíz s-w-f: Él tomó la, clara, o pura, parte o porción de la cosa; él tomó la mejor, o elección, parte, o porción, de ello. Lo consideró o estimó, o actuó para con él o ella, con recíproca pureza de mente, o sinceridad; o con pureza recíproca, o sinceridad, o amor, o afección. Hizo que la cosa fuera suya, o asignó, o se apropió, de la cosa, puramente, absolutamente, o exclusivamente.
“’Curiosamente, el vocablo italiano para designar al color azul, azzurro, podría originariamente derivar del árabe azraq (ازرق) , que naturalmente significa azul. Azraq no tiene un amplio abanico de significados (también quiere decir ceguera, y el resplandor de la punta de una flecha o lanza), mas sus letras pueden bien ser reordenadas para dar origen a la palabra razzaq (رزاق) según la escritura árabe original; es uno de los 99 Divinos Nombres, y significa El proveedor, sustentador, abastecedor, escrito ar-razzaq. Wahiduddin lo define así: La raíz r-z-q apunta a la idea de la recepción de cualquier cosa que sea beneficiosa, particularmente como un obsequio, a través del cual algo es nutrido, sustentado, o ayudado a crecer física, mental o espiritualmente.
“’El color azul es apenas un símbolo del arquetipo, de esa forma sin fin que adopta cualquier ropaje para poder cumplir con su tarea, sirviendo así a la humanidad; y en el caso preciso de nuestro Principe Azzurro, el despertar a las mujeres era la suya, ayudándolas de este modo a ir hacia su meta suprema. Por supuesto, un mito literario debe replicarse a sí mismo, pero desde ya no de una forma obvia ni exagerada; mas debo admitir que durante mi vida he encontrado hombres y mujeres notables que habían ciertamente obtenido algo que jamás fui capaz de encontrar en el resto de los mortales: una chispa, un resplandor, una presencia acaso verde, acaso azul; y por supuesto, también a través de esa fuerza experiencial, he aprendido a saber que allí fuera hay algunos verdaderos trabajadores azulinos (aunque su jefe sea verde), los cuales apuntan al completo desarrollo y evolución de la humanidad toda. La forma es nada comparada con lo que es contenido dentro de ella.’ (6)
“Yo antes era conocido como Jean Marie Egueniçe Ramboulleou, mientras que mi verdadero nombre es Juan María Eugencia Cazzalli del Hortelano. Ahora he decidido cambiarlo por Enriqueta, pues ése era el verdadero nombre de la Bella Durmiente.
“Estoy sorprendida y anonadada por todos los tipos de abordajes que fui capaz de recolectar acerca del coloreado Príncipe. Habré de dejarle a usted, querido lector, la elección de su preferencia; sin embargo no puedo dejar de pensar en el gran psicólogo Ernst Lungwirdt y su teoría de la depresión. De ser esto cierto, podría ser la primera vez en la historia registrada que un personaje de la ficción que no es tal haya sido bautizado en honor a una disturbancia mental; o bien podría ser a la inversa: mental disturbancia una a honor en bautizado sido haya tal es no que ficción la de personaje un que.”
*Nota a la segunda edición
Mientras que es imposible rastrear el paradero de Jean Marie Eugencia Cazzalli del Hortelano, como también es asaz complejo obtener algún tipo de documentación que asegure su mera – o pejerreina – existencia, no seremos capaces de borrar este relato que involucra a las corrientes subalternas de los cuentos de hadas. De hecho, aunque este libro es muy real, tampoco hemos podido aún encontrar cualquiera de los citados textos, por no mencionar algunos otros datos que necesitan mayor clarificación.
Dejando toda tontería formal de lado, es sin embargo verdad que dentro de los dominios de las oligárquicas casas editoriales es ampliamente aceptado que ella fue asesinada.
¿Por qué?
No lo sabemos. Azul Príncipe cierto un de acerca aún menos, libro solo un escribió jamás que y, vida con aún está él o ella que de hecho el en resultaría Esto. Previamente especulado hubimos que la a contraria dirección una en yendo estar podrían cosas las, hecho de.
(1) Quizá ésta sea una gran ocasión para comentar acerca de la posibilidad que el Principe Azzurro sea simplemente un adicto a la plata coloidal, cuyos efectos, entre otros, es la azulización de la piel humana; como también el infame síndrome del cuentacuentos, el cual sumerge al sufriente en un delirio constante: la sensación de estar permanentemente viviendo en un cuento de hadas. Habremos de aceptar que el príncipe también podría ser un Pitufo a favor de las actuales dialécticas pro monárquicas.
(2) Aún se ignora cuál era ese tiempo (Ed.).
(3) Su constipación crónica era famosa en todo el pueblo. De hecho, aún hoy en su aldea uno puede escuchar ecos de su mito lavatorial; se cree que luego de haber descubierto la delicia azul, jamás pudo volver a expeler su desperdicio interno. Lo que el queso se llevó, John Pilergherman (1978).
(3.4) No es posible manifestar cuál mano es (Ed.).
(3.5) Quizá ya hayan notado que no hay referencia alguna a este número en el texto impreso superior. Entonces, por favor, continúe leyendo normalmente. ¿Si?
(4) Previamente presagiado en la nota a pie de página (1), de esta misma narrativa. ¡Chapeau querido editor!
(4.1) Las insinuaciones de supremacía aria son brutales y explícitas: la verdadera Pitufina es blonda, cuando la anterior falsa era morena. Sin ayuda de complejos farmacéuticos, la pregunta obvia se erige: ¿podría ser Papá Pitufo un Hitler honguero? O al menos, ¿alguno de sus acólitos? (Ed.)
(4.2) Así podemos fácilmente descubrir el homenaje que Phil Collins le hizo al mismísimo Príncipe a través de su éxito cancionístico A groovy kind of love. ¿Podría esto ser un indicio que nos conduzca a una enorme red de adoradores del Principe Azzurro?
(4.3) Sucesivas investigaciones se están llevando a cabo por la AAOHC, que es la Asociación Americana de las Vacas Sanas, las cuales intentan no vincular la consumición de Roquefort con la depresión. Nature and Science for the Elite American, página 2, primera columna.
(5) Bertrand Russell, About Mathematics and Other Wanderings on Fairytale Geometric Patterns.
(6) Luego de las profundidades del gran Maximal Benedictus Jörg Mustergrumpfel, es realmente simple comprender el mecanismo que subyace en las bases de cualquier religión o grupo esotérico cristalizado que carece del contacto real con la fuente; así ocurrió con cada significativo contacto con la Verdad a través de la historia. Era simplemente una cuestión de tiempo hasta que el Príncipe Azul tuviera su propio grupo de fervientes e irracionales adoradores. El ahora famoso Blue Man Group es acaso el símbolo más visible de lo que podría ser hoy el culto con mayor crecimiento en el mundo. Otros famosos adeptos incluyen al mexicano cantante de pop con un pene acosante sobre su espalda, cuyo amor y lealtad a la secta fue expresado en su éxito radial, y el previamente citado Phil Collins y su A Groovy Kind of Love. Podría ser por demás fácil relacionar a todo emprendimiento artístico con esta obra maestra, mas ello no sucederá. Sin embargo, la siguiente información especulativa se presenta como máxima ineludible: todo país que en su símbolo patrio luce al menos un sesgo azulado, tiene seguramente operando en sus entrañas a un culto del Príncipe Azul.