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XLVII. Engaños navideños

por | Oct 21, 2014 | Blog, Opus Magnum

Abukasem the Greedy PerfumerCapítulo XVI

Es un hecho por demás conocido que la actual celebración de la Navidad, tal como se la realiza en estos tiempos [1], comenzó durante una tormentosa noche de Abril, circa 526 año de nuestro Señor, en la víspera del 25 de diciembre.

San Francisco de Asís confiesa en sus inpublicadas Memorias de un secreto santo verdadero:

(Debería ser leído en un fuerte acento piemontese)

“Mi mamma era realmente hábil en la cocina, no solamente por su destreza para limpiar ese amaderado confín en el cual a diario se generaba una alquimia única, mas también debido al sabor de las maravillas culinarias; su especialidad eran los Spaghetti alla Trovatore [2]. En cambio mi padre, humilde y fiel esposo, prefería disfrutar su tiempo componiendo bellas y anhelantes melodías trovadorescas con la ayuda de su modesto pero robusto laúd.”

Debido al hecho de que San Francisco era absolutamente inconsciente – acaso una ignorancia fingida – del caso que atañe a la Navidad, es que habremos de focalizarnos en otros autores, tal como el siguiente:

El experto en física y matemática aplicada de la Universidad de Princeton [3] [4], sin haber sufrido ningún tipo de tortura, confiesa que:

“La única razón por la cual me transformé en semejante experto en mis campos, especialmente en el de la Matemática, fue el impetuoso deseo por obtener la atención y admiración de mi profesora de quinto grado, Miss Gretchen Aurora Gordon. ¡Oh, semejante dolor con el que la vida atormentaba a mi alma! Semejante también fue el pesar cuando descubrí, poco después de haberme graduado summa cum laude en la Universidad de Oxdodge, que todo lo que quedaba de su descomponiente cuerpo infestado de gusanos era un fémur intacto que, siguiendo la senda de la intachable vocación enseñadora que ostentaba mi amada Gretchen, continuaba iluminando a futuros doctores en la facultad de medicina.

“Mi sangrienta y muscular pasión me hizo negar el simple hecho numérico que indicaba que cuando yo apenas era un simple niño en sus tempranos veinte, navegando fácilmente a través del quinto grado primario, ella ya era una bellísima tátara-tátara-tátara-tátara-tátara-tátara-tátara-tátara abuela de quince dulces tátara-tátara-tátara-tátara-tátara-tátara-tátara nietitos. No puedo recordar su edad con precisión, pero seguramente acariciaba (dulcemente, como ella) el siglo de vida. El implacable tiempo no muestra compasión a nadie, y yo no fui la excepción. Hoy, encuentro toda la comodidad que necesito, durmiendo abrazado a esas cenizas que alguna vez fueron la mejor profesora que un alumno pudo haber jamás tenido. Afortunadamente los gusanos se han ido, para siempre.”

Codeando a un lado las regresivas divagaciones románticas [5], habremos de continuar con la novelita navideña.

El Abad de Montreaux, antiguo y perdido cantón de lo que solía ser la admirada Suiza anterior a la primera guerra mundial, llega a la siguiente conclusión:

“La natividad no es nada más que una invención moderna, imaginada, diseñada y perpetrada por un misterioso uomo di legno, un invidente y excéntrico cantante de cantigas quien por lo general era llamado imbécil pero cuyo nombre era Andreus Bobassi, y un añejo artesano de barba blanca, originario del pueblo de Vercelli, cuyo nombre familiar podría haber sido Geppettus.

“Se cree que el lugar donde este fraude fue concebido y ejecutado, con la sola intención de aprovecharse de una Europa que estaba bregando por salir de su era quizá más oscura para luego establecer los sutiles comienzos del capitalismo y esa insaciable máquina alimentadora de deseo en la cual esta cultura moderna se ha transformado, moldeando así a la humanidad en un inútil autómata comprador de regalos, habría sido una de las muchas tabernas que un cierto tío de Alfonso el Sabio administraba, quien además era un gran bebedor y un experto poeta cuyo conocimiento de mitos y leyendas celtas era apabullante. Sus talentos como raconteur y encantador de multitudes eran tan destacados, que durante la extensión de su vida fue considerado indirectamente responsable de la muerta de al menos tres cientos sesenta mil quinientos veinte conciudadanos y (ex) clientes, quienes fueron lo suficientemente temerarios para no usar el casco recomendado que seguramente los habría protegido de aquella sónica muerte horrífica.

“La fecha en la cual la moderna Navidad fue creada durante un primer día de septiembre del año 1087, en la aldea de Vagfin, justo en la mitad de la moderna frontera franco-belga, fue precisamente un primero de septiembre del año 1087”.

Aquí es cuando el Abad realiza un aporte fundamental al brindar una locación precisa tanto en lo que a tiempo y a espacio se refiere. Cuando se lee aquí no estamos hablando de esta misma página que tú, amado lector, estás disfrutando, sino que aquí significa aquél preciso momento en la historia, el cual se cree que está cercano a los comienzos del siglo doceavo, cuando Rigoberto Passacaglia – el Abad previamente mencionado – inmortalizó sus divagaciones mentales acerca de la fiesta pseudo-religiosa-mas-hoy-capitalista que hubo inspirado esta inútil acumulación de palabras que todavía finge tener algún absurdo sentido.

Pero, dado que la banda ya está tocando y tenemos el traje puesto y nuestro cabello húmedo con gomina azul, estamos destinados a danzar al son de la música que nos invita a mover nuestros cuerpos… entonces, previo a la aparición estelar de Rigoberto en el impredecible curso de la historia, uno no podía encontrar nada más que absurdas conjeturas y observaciones imprecisas acerca de cuándo fue concebida la impostura regalera.

La intelligentsia de su época creía que la falsa Navidad había sido creada en algún punto entre el 5.000 A.C. y la futura era de Tauro II, unos 5.873.092 años adelante de este preciso momento (se refiere a este mismísimo momento en el cual ustedes, estimados lectores, están degustando esta maravillosa historia).

Cuando una teoría conspirativa se transforma en un hecho probado, por lo general surge la violencia. Por supuesto, así como el lector pudo haber predicho, tal es el caso con el denominado problema de la natividad; y es con un hondo pesar que escribo estas mismas líneas acerca de un hecho execrable entre dos pilares de nuestra sociedad: El profesor Roger Bacon y el emérito rector de la estupenda Universidad de Oxdodge, Sir Richard Watson, se desafiaron mutuamente a un duelo después de un acalorado debate [6], el cual fue encendido por un pequeño desacuerdo acerca de aquella precisa fecha revelada por el Abad Rigoberto Passacaglia. Bacon insistía con que el día infame era el primero del mes de septiembre, mas Richard no iba a ser movido del segundo día del mismo mes.

El duelo podría haber estado justificado si el desacuerdo hubiese involucrado una mayor separación en lo referido a los días, o si al menos hubiese habido una discrepancia en cuanto al mes o al año; ¡ay, qué pena haber sido forzado a ser testigo de una armada confrontación duelística debido a un puñado de horas! Al menos me deleito en informarte, admirado lector, que el duelo no supuso ninguna de esas zonceras con forma de pistola y aroma a pólvora, ni objeto punzante alguno de naturaleza destructiva.

Las armas a ser utilizadas fueron sus voces, sus inventivos cerebros y sus habilidades para entonar melodías poéticas sin la ayuda de instrumento musical alguno. Ambos rivales poseían tres minutos para improvisar una canción de naturaleza folklórica inspirada o basada en el romántico encuentro entre una dulce y virginal doncella y un pequeño huérfano con un miembro de madera; si alguno de los duelistas hubiese tenido objeciones morales acerca del primer tema propuesto, se le habría permitido elegir el otro tema sugerido sobre el cual la pieza tenía que haberse basado: una canción acerca del encuentro íntimo entre el padre ahora presente del niño amaderado que ya no es más huérfano, y un cantante ciego. La única condición a no ser pasada por alto, era la que obligaba a los duelistas a cantar en la Lenga d’òc, y llevar puesto un disfraz de cigüeña, el cual representaba el símbolo de la fertilidad. La exposición del miembro masculino era, afortunadamente para ambos participantes, opcional, debido al hecho de que el duelo ocurrió durante una helada mañana de diciembre de un año olvidado.

¿El vencedor? Por supuesto, nuestro admirado y amado polímata, Roger Bacon.

Mientras que el ganador continuó ejercitando su sabiduría perenne en los claustros de Oxford, imaginando y creando futuros por venir, el derrotado fue visto por última vez luciendo un disfraz de cigüeña, con un muñeco bebé atrapado por sus mandíbulas, volando por sobre el Támesis

Extracto de Los probables comienzos del capitalismo, Volumen II. Recopilación hecha por James Bouttar III, segunda edición del latín, traducida por James Bouttar IV. Impresión por pedido. MDCCXC.

OM

Precisamente porque consideramos que toda invención no es más que es una recreación de una inspiración divina, no nos atrevemos ni atreveremos a cometer aquel pecaminoso ejercicio de la censura y la inquisición estética. Por lo tanto, a pesar de que notamos que los méritos del relato previo son acaso humildes y escasos, hemos decidido permitir su existencia dentro de esta monumental obra dedicada al arte y al pensamiento, que representa el Opus Magnum. Tal como lo habría dicho mi tátara-tátara-tátara-tátara-tátara-tátara-tátara abuelo, el no publicar esta precaria historia sería como matar a una niña poco agraciada, debido a su falta de encanto y belleza. (Ed.)

La siguiente línea inexistente debería ser no leída en un símil acento irlandés (

).

[1] Fecha desconocida.

[2] A pesar estar perdida hace mucho, el famoso chef italiano Paoletto della Battidora, intuye en un apéndice de su exitosa novela La vía láctea: Una vida de onanismo culinario, que la receta original consistiría de siete kilos de spaghetti correctamente secados sobre bronce, setenta y ocho cabezas de ajo, veinte kilos de tomates, dos plantas medianas de albahaca, una foto de John Cleese colgando de la pared opuesta a donde el cocinero supuestamente debería estar parado, tres rodajas de limón curado, y cuarenta y cinco litros de aceite de oliva. Luego, las cabezas de ajo deben ser aplastadas, y un puré hecho de los tomates; picar la albahaca y prenderle fuego a la foto de John Cleese; ubicar los cenicientos restos de la previa foto dentro de la mezcla. Cortar tres rodajas de pepino… epa! Te agarré! Estoy bromeando. Agregar las tres rodajas de limón, y verter los completos cuarenta y cinco litros del aceite. Meter la salsa en un horno precalentado (780°) y dejarla dentro unas setenta y dos horas para que la creación culinaria se integre y florezca. Una vez que este proceso haya sido completado, permitir a la salsa que apenas se enfríe y arrojar los spaghetti sobre ella. El calor acumulado seguramente será suficiente para llevar la pasta al borde del punto al dente. Notar que esta porción es apenas para dos. Servir y disfrutar, mas recordar que tiene que ser comida con un tenedor con forma de laúd, y no se permiten cucharas!

[3] Aun se ignora por qué el nombre fue voluntariamente omitido.

[4] Abu Kasem, con virtuosas palabras se opone honradamente a la anterior nota a pie de pagina, escribiendo así:

 Es una tarea imposible de lograr por un simple mortal, especialmente para quien realmente no ha aún nacido a la vida real. A qué me refiero? A la capacidad de mirar dentro del corazón de una mujer u hombre y percibir su sinceridad, o falta de ella: ergo, resulta absolutamente inapropiado afirmar, en este caso en particular, que el nombre fue voluntariamente omitido. ¿Cómo sé yo que no fue un hombre verdadero el que escribió este burdo relato acerca de un delirio? Lee nuevamente esta última pregunta, y tendrás la respuesta escupiendo y sopapeándote el rostro. Y aun si fuese un hombre verdadero pretendiendo no ser uno, jamás habría de mostrar o habría de exponer su oculta capacidad para percibir la verdadera sinceridad. Entonces, desde nuestra posición, no tenemos ninguna otra opción que aquella que nos conduce al camino de la confianza, o al de la desconfianza, y así decidir si él es digno de nuestra confianza, o no lo es. Siento (y lo sé) que la confianza es algo que debe ser ganado, sentido, percibido, intuido. Por lo tanto, al lector se le permite y se le da el derecho, no solamente a desconfiar de este burdo relato acerca de la argucia navideña, sino a todos aquellos lectores que han decidido confiar en esa voz desconocida y oculta que manipula la tinta. Por mi parte, elijo seguir el consejo de un sabio que una vez me dijo que es preferible sufrir una injusticia, que cometer una. Acepta lo que te es dado, y da aquello que no puede ser tomado.

[5] Aproximadamente a una distancia de cuatro metros. (N. del T.)

[6] Un leal amigo, quien además era su más acérrimo rival ajedrecístico, escribió en su diario personal que, la temperatura en la biblioteca en la cual ocurrió el altercado, alcanzó los 570° en la escala de Celsius. No hay indicio alguno de cómo lograron sobrevivir, o incluso llevar a cabo aquellas lecturas térmicas.

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