Varias, acaso infinitas, son las teorías elucubradas que intentan, vanamente en su gran mayoría, explicar la misteriosa y casi burlona sonrisa de la eterna mujer (1) inmortalizada a través de esa etérea e inescrutable obra de arte fijada en el lienzo del artista por las generosas manos (1.1) del enorme Leonardo da Vinci (Bob para sus escasos amigos, y Richard para sus cuantiosos enemigos).
Durante el sexto siglo de nuestro Señor, aproximadamente mil años antes de que la Gioconda hubiese sido pintada y once siglos luego de que un esclavo pisara una angulada piedra en el desierto de Negev, el Fraile Giacomo Capelettini pensó algo como lo siguiente, en su invernal refugio ubicado en Varese:
“Es por demás evidente a los sentidos que la Mona Lisa, tal como habrá de ser conocida en los probables futuros venideros – y podría también añadir que habrá de ser famosamente admirada durante el siglo decimosexto – posará efectivamente con una sonrisa en su rostro porque ella será consciente de la diabólica y tentadora naturaleza de aquella postura labio-facial, la cual seguramente habrá de estar destinada a enfervorizar y provocar infinitos y fútiles debates acerca del gesto previamente mencionado; no solamente ello preveo, mas la pintura también inspirará algunos horrendos libros, horribles películas – algo que mis lectores actuales ignoran qué es, y para ellos escribo esta aclaración: es una especie de teatro registrado a una escala mucho mayor con variados cambios de escenarios – y un párrafo que leído suena igual a este mismo que acabas de procesar a través de tus propios ojos.”
El pastor luterano Manfred von Wernitz, viajando en el quinto vagón de un oxidado tren que solía unir Freiburg con Odessa, durante una fría mañana de primavera del año 1910, contestó a las acusaciones de Capelettini en su diario personal:
“¿Fútil debate? Falacia. ¿Infinito? Incorrecto. Estoy sorprendido de que Giacomo, con su sapiencia clarividente, no haya sido capaz de ver cuan impreciso e imbécil es – y seguramente lo será en el probable futuro – su comentario. ¿Por qué no pudo predecir mi respuesta? ¿Qué ocurriría si yo finalizase esta diatriba ahora mismo, mostrando su error? ¿Cómo es que no pudo profetizar ese extraño y bizarro hábito del polímata florentino, quien solía pintar todas sus obras maestras vestido como Pinocho, siendo esta la causa fundamental de la tímida mas expresiva sonrisilla de la posante mujer?”
Naturalmente surge la pregunta:
¿Cómo pudo Leonardo vestirse como Pinocho, si el personaje no había sido aún inventado? Intentamos encontrar una respuesta al enigma en el diario íntimo previamente citado, mas la solución aún está por encontrarse. Quizá sea debido a la imposibilidad de encontrar el diario en cuestión, pero los investigadores aún no están convencidos acerca de las posibilidades de obtener una cita verbatim cuando la fuente está ausente: ahora, están intentando reproducir el perdido diario que alguna vez pudo haber pertenecido a Manfred von Wernitz, a través de las técnicas de sueños lúcidos; otras medidas menos ortodoxas tales como la escritura especulativa de su diario a través del forzar a un hombre vivir, en tanto fuese posible, la misma vida experienciada por el luterano pastor, será acaso el ultimo recurso; antes de emprender semejante odisea, las mentes detrás de las sombras están considerando pagarle a un novelista de renombre para que escriba una biografía extremadamente detallada de von Wernitz, con la intención de recuperar, a través de ella, el diario que aun permanece perdido.
Ahora, volviendo a la pregunta original:
¿Cómo pudo Leonardo vestirse como Pinocho, si el personaje no había sido aún inventado? Dado el genio de Leonardo y su conexión especial con el Reino Divino, la clarividencia no debería ser descartada; como tampoco la posibilidad de un escondido mensaje místico o metáfora, dado el reconocido interés que nuestro Genio sentía por lo oculto y lo trascendente. A través de su misma pintura y preferencias vestuarísticas, bien pudo haber estado pasando un mensaje destinado a generaciones futuras: el hombre no está completo, el hombre es una marioneta, un títere expuesto a los impredecibles caprichos de su naturaleza inestable, siempre cambiante, dividida y cruda; una máquina que necesita adquirir aquello que es necesario para volverse digno de ser llamado ser humano; la sonrisa de la Mona Lisa implica subrepticiamente que él, Bob, ya lo había encontrado.
En el año 1897, el hermano de Billy the Kid, Radamel García Perdoso, también mostró, no solamente un peculiar interés en tal asunto, sino que además algunas interesantes teorías. Así escribió en su columna dominical de la sabatina edición del West Post:
“La Mona Lisa sonríe debido a que simplemente era una renombrada amante de las legumbres, sintiendo una especial inclinación apetitosa por los porotos: una preferencia culinaria que resultaba mortal, no solamente para aquellas narices que solían estar presentes a su alrededor durante sus transmutaciones gaseosas, mas también para su ropa interior. De haber ella sido una habitante del Olimpo, seguramente habría sido conocida como la Ventosas Destructus; tales eran las tremendas ventosidades que expelía contantemente hasta su partida al otro mundo. Por favor, nótese que su sonrisa ‘inocente’ esconde un involuntario escape de gas flatulento a través de su posterioridad. Si mi teoría es cierta, deberíamos congratular a Leonardo por su magistral destreza para difuminar la inclinación lateral de la posante modelo; a pesar de que un indicio de la diablura gasística puede ser encontrada en la mismísima pintura por el astuto observador: el preciso uso de la luz y de las sombras, y algunos misteriosos signos en segundo plano sugieren que el aroma de la flatulencia tiene que haber sido exquisito, digno de semejante dama”. (2)
Eddie Molineaux, abogado, socio y fundador de la famosa firma norteamericana Molineaux, Pester, Rubicam, Young, Peterson, Masterson, Donald, Pluto, Goofy, Trump, Gouzález, da Silva, Schustermann, Kaleidoscope, Young Jr., Pérez, Gómez, Peterson III, Trump Jr. Jr. y Art Vandeley, escondió sus sugerencias acerca del caso Mona Lisa dentro de un archivo que fatigosamente describía un oscuro litigio – asaz irrelevante para este asunto – que estaba llevando adelante:
“He dedicado años y años a la cuestión de la sonrisa misteriosa. Creo entender, gracias a las pistas y pensamientos de todos los grandes predecesores que he tenido en este asunto artístico, que la Mona Lisa y Leonardo solían disfrutar, y sufrir, feroces enfrentamientos de chistes o jokes-off, tal como lo habría dicho Billy Zane de haber sido un contemporáneo de estos dos maestros del humor; o si alguna vez estuviese interesado en tal misterio fenomenal. Esos duelos humorísticos se transformaron eventualmente en batallas saliváticas que inevitablemente terminaban con la coronación del vencedor al final del día laboral (2.1). Mientras Leonardo recreaba (pues todas las cosas de este mundo son meros reflejos de la realidad ulterior) su obra maestra, epítetos repletos de racismo, homofobia, y las más inmundas variaciones resonaban en su estudio. La misteriosa e inmortal mueca de la Mona sucedió porque, en ese preciso momento, el Maestro Leonardo, enllamado como un mono que se transforma en presidente de Ecuador (para los distraídos, debido a las bananas), gritó el final de un chiste irreproducible lleno de racismo y odio (3); mas fatalmente para Bob, la posante modelo recordó, de repente, una gran réplica para ese relato humorístico que estaba a punto de encontrar sus propio fin desrisado (5).”
Por último – si bien no menos importante – el acaudalado industrialista, megalómano y filántropo Ronald Pennypacker, nacido en Sydney pesando tres kilos y seis cientos gramos, de parto natural y midiendo sesenta y nueve centímetros, comenta en su autobiografía no autorizada:
“Como importante hombre de negocios, genio y visionario, les puedo asegurar que la Mona Lisa, traviesa como pocas y gaseosa como ninguna, continúa asociada de cierta manera con el exitoso autor de El Código da Vinci. ¿Cómo puede ser esto posible? Aparentemente, durante algún instante del dieciseisavo siglo, el tátara- tátara- tátara- tátara- tátara- tátara- tátara- tátara- (no confundir con el básico patrón rítmico que pulsa a través del segundo movimiento de la novena sinfonía del genio de Bonn) abuelo del hoy no tan popular Dan Brown, Mr. Daniel Damon Rupery Very Brown, pudo haber negociado con el mismísimo y enorme Leonardo y la posante Mona Lisa algunas ciertos perversos términos y condiciones que habrían eventualmente conducido a la creación de un halo artificial y fraudulento alrededor de un simple mas virtuoso retrato, con el solo objetivo de establecer las circunstancias apropiadas que básicamente ayudarían a establecer un mito basado en claves ficticias que habrían de ser ubicadas a lo largo del curso histórico con la inestimable ayuda de críticos literarios de segunda clase (¿acaso los hay de primera?), para así lanzar, durante el pico máximo de histeria alrededor de las teorías conspirativas, una novela destinada a difamar a mi amada Iglesia Católica y a mis humildes y admirados colegas del gran Opus Dei.
“En aquellos tiempos de semejante bochornoso arreglo, se daba por sentado que la novela sería finalmente un enorme éxito económico. Entre otras cláusulas ignoradas, el secreto pacto tripartito contemplaba un equitativo reparto de las regalías, es decir un 33% per capita, producidas por los libros de Dan Brown, como también por los films inspirados en sus ficciones, y por algunos oscuros productos mercadotécnicos que seguramente están siendo fabricados en este mismo momento en un barco factoría cerca de las Antillas holandesas; el restante 1% fue dejado al capricho de una moneda lanzada, cuyo ejercicio sería realizado cada tres años por un hombre orillando los cuarenta, quien en primer lugar tendría que haber demostrado no tener lazos de sangre con ninguno de los miembros del siniestro pacto trinitario. Dan Brown es apenas la parte visible de una espantosa alianza que continúa en existencia a través del espacio y el tiempo: un protocolo que debería ser revelado y expuesto por el bien de la humanidad y la Santa Iglesia Católica.
“Habría además dos actores desconocidos que supuestamente estarían disfrutando las cuantiosas ganancias de semejante acuerdo desdeñable; uno sería el supuesto heredero y único descendiente vivo del gran Leonardo. Pinocho, cuyo padre Gepetto pudo haber sido el segundo hijo adoptivo del tercer vástago irreconocido cuyo origen pudo bien haber estado en uno de los testículos del maestro renacentista, es el verdadero bisnieto de Richard (5bis). El lector esté quizá sorprendido al enterarse de la bizarra inclinación afectiva que Leonardo sentía por todo tipo de maderos (6). Sin embargo, focalizando nuestra atención en los herederos de la Mona Lisa, aún estoy estupefacto por haber descubierto que el único legatario de una ingente fortuna por los siglos venideros, y tengo irrefutables pruebas de esto, es… aaaaaaaaaaaaggggggggggggggghhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.”
Así es como termina la autobiografía no autorizada de Pennypacker. Poco después de que sus relatos hubieron visto la luz editorial, fue encontrado sin vida, con una pluma enterrada en lo profundo de su escápula izquierda, misteriosamente encerrado dentro del ataúd de una momia exhibida en el Louvre.
OM
(1) Peet van Weetbroeck, historiador del arte en la Universidad de Turingia, sugiere que la Mona Lisa podría ser el mismísimo Leonardo in costume femminile. Cuarto volumen de su Encyclopedia of Art and Good Taste.
(1.1) Miles de cartas han arribado a la oficina de nuestro editor debido a la naturaleza acientífica de semejante afirmación. La comunidad científica toda alega fuertemente que no puede aseverarse si Leonardo pintó la obra maestra con sus manos, dadas las siguientes posibilidades:
- Pintada con sus pies
- Pudo haber contratado a un ghost painter quien siguió sus indicaciones
- Pintada con el codo
- Pudo haber robado la pieza y asesinado al artista original
- Pintada con las muñecas
- Otro probable Leonardo da Vinci pudo haber sido el autor
- Pintada con las nalgas
Y es debido a falta de espacio y también por razones prácticas que dejaremos de citar el sorprendentemente limitado rango de posibilidades enviado por la comunidad científica, a pesar de que claramente afirman en su misiva la existencia de un infinito reino de posibilidades pictóricas. Fallaron en notar que, con limitados elementos, es imposible alcanzar un infinito.
(2) El ingeniero japonés Akira Matsubara murmura con humildad luego de sus conferencias acerca del Arte conceptual y construcciones megalómanas en la Universidad de East Sussex, que: “al observar con la máxima atención, es posible percibir una pequeñísima inclinación de 0.78° hacia el lado izquierdo de la posante modelo… cifra que en efecto representa el teorizado mínimo grado inclinatorio que haría posible la interna emisión gaseosa, proveyendo en el ínterin, a través de la mínima apertura del orificio salidero, un natural método de asordinaje”.
(2.1) Haciendo la sonrisa a un lado, la pintura es también famosa debido a la técnica de sfumato, lamentablemente denominada humo por las bestias que ignoran la lingua del Dante. Nadie sabe a ciencia cierta cómo el maestro florentino encontró o creó o descubrió este sello distintivo de la pintura renacentista, mas hemos hallado una plausible explicación en las paginas infestadas por hongos de un oscuro tratado acerca del humor y el arte. El titulo del opus es Genio escupidor, escrito por Gianluca Vasari, quien era un pintor, escritor, historiador y arquitecto italiano, quien no solamente es renombrado por haber escrito algunas probables biografías en las cuales conjura diferentes caminos de vida si el maestro Leonardo hubiese elegido otro sendero que aquél signado por la invención y el arte (Leo el criquetista, Leo el maestro de ajedrez, Leo el golero, Leo el amaderado muñeco travesti, Leo el tímido empleado público), mas también famoso por las biografías que escribió acerca de los más grandes artistas del período renacentista como también célebre por acaso ser el único crítico que jamás haya visto el cuadro La Gioconda, y que aún no lo ha hecho debido a su pavor por cualquier tipo de medio de transporte (vive en alguna perdida isla de Fiji, y a pesar de que una vez intento nadar hasta Europa, falló en su empresa), sugiere en su citado libro una teoría que bien podría sacudir los cimientos de la escritura de la historia del arte. Teoriza que el efecto sfumato fue una casual consecuencia de la cantidad de saliva que Leonardo escupía sobre la pintura, tanto cuando contaba sus chistes o escuchaba aquellos relatados por la Mona Lisa. A forma de corolario, y para ostentar su verdadero abordaje científico, menciona que el famoso humo de Leonardo podría haber ocurrido cuando el maestro, usualmente vencido por la posante y sagaz modelo, salivaba intencionalmente sobre el pintado rostro como una forma de descargar su perdedora frustración; sin embargo, demostrando ser un verdadero caballero, solamente lo hacia una vez que la Mona Lisa había ya abandonado su estudio.
(3) El mismo Leonardo afirmo haber esbozado un libro acerca de la naturaleza del humor y la imposibilidad moral de censurar cualquier tipo de manifestación humorística. Escribió en sus Diarios de La Gioconda: hoy, martes, conté un gran chiste acerca de por que los negros no pueden comer chocolate, y la Mona no se rio en absoluto. Estoy pensando en quitarme la vida, para siempre. (4)
(4) El final del chiste demostró ser un verdadero rompecabezas para los nutricionistas y trabajadores de la salud alrededor del mundo, y aún lo es: no pueden comer chocolate porque siempre terminan mordiendo sus propios dedos. Hasta el momento, se han llevado a cabo muchos tests cuyos resultados son inconclusos, si bien es cierto que hay una tendencia que muestra que todos los mancos de origen africano-americano, africano-asiático, africano-africano, africano-europeo, africano-oceánico, y africano-marciano, encuentran en el chocolate su propio paraíso culinario. Semejante coincidencia gustatoria muestra, por un lado, que lo similar realmente atrae a lo similar. Se eligió un cierto tipo de especímenes para llegar a cabo ulteriores investigaciones. Actualmente, doscientos infantes de origen africano-x están siendo obligados a comer chocolate de sus propias manos: se estima que los resultados arribarán durante el próximo año fiscal. De ser esta teoría cierta, ergo científica, lo mismo ocurriría con especímenes no africanos-x de todo el mundo (también conocidos como blancos) con el chocolate blanco * y sus blanquecinas manos. Con la intención de descartar tal posibilidad, por supuesto, doscientos infantes blancos-x están siendo obligados a comer chocolate blanco de sus propias manos: compartiremos los resultados apenas sean publicados. Hasta el momento no sea ha encontrado ningún tipo de vínculo entre humanos mancos, tanto negros o blancos, y el chocolate, tanto negro o blanco.
* El denominar chocolate al chocolate blanco es una flagrante contradictio in terminis, debido al simple hecho de que allí no hay ni rastros de cacao; sería algo así como llamar café al café descafeinado, o llamar literalmente balón-pie a un deporte que principalmente se juega con las manos (balón-pie o football americano).
(5) Por supuesto, el justo Leonardo registró la magistral y ganadora respuesta, también en sus Diarios de La Gioconda: Imagina que en un avión tienes a: un judío, un negro, un chino, un cabeza hueca latino, un árabe que a pesar de ser pacifico lo consideramos un terrorista, un maricón, una lesbiana, un sacerdote, un travesti, un político, un banquero y un albino, y el avión se estrella. ¿Quien sobrevive? Pensé y repensé una respuesta digna de semejante tripulación, pero no se me ocurrió ninguna réplica lógica mas digna de semejante chiste, cuando el final perfecto me abofeteo como preludio a una risa que incluso había de dejar manchados rastros en mi ropa interior: ¿A quién mierda le importa, loco?
(5bis) Por favor, recordar que Richard es el nombre usado por sus enemigos cuando se referían a Leonardo.
(6) Si Leonardo estuviese vivo, ¿sería acaso un fan de James Woods? ¿Hubiese participado en uno de los festines sexuales de Tiger Woods? El autor considera que es suficiente sugerir el comienzo de una conexión graciosa mencionando solamente dos nombres, los cuales ayudan a la realización del chiste en la mente del probable lector, y que es completamente innecesario seguir con la citación de nombres que nada agregaría a la esencia del gracioso comentario. Es por demás claro, que habiendo dejado muy en evidencia este punto, estas mismas palabras se están volviendo absolutamente prescindibles.