La acidez no es únicamente una cualidad que puede ser medida en alimentos, líquidos, comediantes o discursos brindados por políticos (quienes sin saberlo muchas veces son más graciosos que aquellos que intentan serlo); es también uno de los muchos atributos del humor; en este caso, bajo la forma de un chiste estructurado.
Dependiendo de su intensidad y de la perspicacia del oyente o lector, el cuento humorístico puede causar úlceras, perforaciones intestinales, problemas respiratorios como bronquitis crónica, e incluso tumores en la lengua o el esófago, por nombrar apenas un puñado de los riesgos secundarios del humor ácido.
No ha habido en la historia de la humanidad toda un caso tan triste y notable como el que está inspirando estas mismísimas líneas. Debido a su único y ácido sentido de lo humorístico, el celebrado comediante y mimo nacido en Suiza, Rigobert de Singlaut, falleció durante las primeras horas de la mañana de hoy, en su residencia de Rennes-le-Chateaux.
Sus vías respiratorias sucumbieron al estratosférico PH de su reflujo, el cual continuamente emergía como la lava de un risueño volcán; él murió víctima de un solitario pecado: encontrar a sus ciertamente ácidos chistes dignos de risa.
Sus últimas palabras, según un testigo audio-ocular, podrían haber sido:
(Espacio donde deberían haber estado la postrera sentencia pronunciada por la boca de de Singlaut)
Nota del editor: debido a la ingente cantidad de demandas judiciales que actualmente están dirigidas a nuestro honor y cuentas bancarias, estamos obligados a no reproducir la supuesta hazaña humorística con la intención de preservar la salud de nuestros potenciales lectores.
¿Puedes ver la paradoja? Está allí, detrás de la columna.