La fecha del nacimiento de la inmortal (y bastante inmoral para algunos peculiares personajes) pluma anglosajona, William Shakespeare, ha despertado[1] durante un largo período, incluso antes de su propio nacimiento, una violenta controversia.
Stella Atkinson, una afamada vidente y talentosa cartomántica que a su vez era nativa de Stratford-upon-Avon, predijo que la entrada en este mundo de aquel eterno morador VIP del Olimpo hecho de tinta y plumas y papiros, sería durante el vigesimoquinto día del cuarto mes del año 1564.
Esta aventurada predicción sí despertó[2] algunas dudas, cuando no un absoluto rechazo. Aquí compartimos algunos ejemplos de tales cuestionamientos lógico-racionales:
“¿Está Stella enamorada de la cerveza?”
“¿Qué pensará de la receta que mi abuela usaba para sus famosos pasteles de papa?”
“¿Cuánto cuesta una tirada de cartas?”
Mas también fueron expresados otros dilemas acaso más serios, ergo útiles y graves:
“O bien ella anticipó el advenimiento de la indescubierta Unum Penna Avis, clasificada por primera vez en los tempranos días del año 1678 gracias al obsesivo y observante trabajo del biólogo Markus Brokestahl, quien hasta entonces apenas sabía ser un mediocre y gris interno en la universidad de Freiburg; él mismo describió al ave como una bizarra mezcla entre un espécimen de la Erithacus Rubecula y el azulino Elefante de Crimea, pero con una sola pluma, incrustada en su orificio anal; o bien Stella predijo el nacimiento de William Adolphous Emerithus Shakespeare.”
Así escribió alguien durante un viaje ofrecido por la Danske Statsbaner en uno de sus trenes rumbo a Berlín desde Kobenhayn, sobre el abarrotado papel que alguna vez fue boleto.
Al mismo tiempo, el renombrado[3] Lord Richard Gutton, pastor anglicano celebrado por sus Fusilli al Pesto di Rucola y también por sus artes adivinatorias, predijo que el arribo de Will habría de ocurrir durante el vigesimocuarto día de Abril (cuarto mes) del mismo año, es decir 1564.
Según las opiniones de Sir Peter O’Gara, jefe del departamento de historia en la universidad de Oxford, la fecha oficial del nacimiento (de Will Shake) debería ser conmemorada en el vigesimotercero de Abril del idéntico año, es decir (o escribir, o ambos), 1564; o el 23 del cuarto mes del mismo año; o también el veinte y tres del tercer mes más uno del año previamente mencionado, es decir (o escribir, o cantar o todo junto), 1564; aceptando cualquier otra variación pero siempre teniendo en cuenta el mismo año, el cual precisamente, es 1564. Su razonamiento no carece de algunos barroquismos, mas es frontal y directo. Preguntado en su lecho de muerte acerca del origen de su conjetura, comentó:
“aaaaaaaaaaaaaaaaggggggggggggghhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh”.
Algunos de los más confiables y respetados eruditos del mundo contemporáneo tienden a estar de acuerdo con esta dolorosa aseveración; otros no saben qué creer, pensar, o sentir. El resto no están seguros de que efectivamente sientan, crean, o incluso piensen; la incerteza está demostrando ser la causa de muchas bajas en las filas del ejército intelectual: acosados y atormentados por la falta de certeza en lo referido a si están pensando, creyendo, o sintiendo, estos eruditos han dejado de comer debido al temor de no estar haciendo lo que piensan (o creen, o sienten) que están haciendo, o que acaso no estén haciendo aquello que sienten hacer, pero en lo cual no creen.
Para ayudar al lector entender la naturaleza y profundidad, ancho, altura, peso y densidad de esta controversia que se está desatando no solamente en las islas británicas sino también en el archipiélago malayo, lugar donde un famoso escriba español, víctima de un violento naufragio cerca de Timor oriental, decretó en las últimas y azafranadas páginas de su diario personal:
“… (…)… sospecho que W. Shakespeare nació el dieciocho de agosto del 1845, año de nuestro Señor. ¿Por qué habría de aventurarme en simplemente expresar lo que una intuición me susurra en el corazón? Porque se me canta la puta gana decirlo. Y además: lo lo lo lo lo lo lo lo lo lo lo lo lo lo lo lo lo lo lo”
La altivez típicamente mostrada por los científicos ya nos resulta bien conocida; pero lo curioso es que haya ignorado el siguiente revelador dato astronómico por semejante cantidad de tiempo:
“Durante los días 23 y 24 de abril[4], un eclipse solar de tal magnitud ocurrió sobre nuestras amadas islas (británicas), más precisamente en la región de Stratford-upon-Avon, el cual indujo un total oscurecimiento de la zona toda, a lo largo de interminables horas angustiosas e inciertas; plomizos y taciturnos lapsos de tiempo que provocaron en aquellos desdichados la certeza (creencia) de que quizá el día del Juicio Final había arribado. Los momentos diurnos trocaron en una extensa y densa y casi interminable noche; el Shepherd’s Pie ocupó el grasiento y acervezado lugar del desayuno inglés. Había una total ausencia de la luz portadora de vida, aquella templada y esencial expresión del sol, a lo largo del vigesimotercer día (23ero, 23, XXIII) y también durante el fiel y angustiado día 24 (vigesimocuarto, veinte y cuatro, XXIV). Una noche omnipresente proyectó su abarcador aliento sombrío por sobre los anonadados avonenses; una eterna compañía aburrida que comenzó a incrementar su oscuro poder solamente cuando el jueves había renacido, para desaparecer resignada y cansinamente cuando el día con forma sabatina, resucitaba. Ha sido conocida, desde entonces, como la noche más perseverante y deprimente del siglo, sin lugar a dudas.”[5]
Al mismo tiempo (alrededor de las 9:78 pm) el mundo astronómico se ha encontrado dividido cuando fue forzado a lidiar con semejante hipótesis: por un lado encontramos a aquellos que se atreven a considerar que no hay razón lógica que fuerce a la mente a considerar a ambos oscuros días, que es lo mismo que decir (o escribir, o cantar, o tallar) el 23 y 24, o el vigesimotercero y vigesimocuarto, o el XXVII y XXIV, como excepcionales, como rarezas que pasman la mente; y por el otro, quienes piensan que la hay.
Un poco mas allá, encontramos a aquellos que no están seguros si la hay, o no la hay. También se están contando numerosas fatalidades entre la elite intelectual debido a la falta de decisiones y las predecibles muertes por desnutrición.
En raras ocasiones el deporte y la ciencia se encuentran y funden en un amoroso abrazo, se toman de las manos y caminan (y por qué no quizá troten un poquito) sobre la senda argumentativa, para expresarse a través de la pluma del notable y admirado físico nuclear radicado en Bariloche, Tito Beltrán:
“Recuerdo aquellos domingos a la tarde repletos de ansiedad e imaginación cuando la uruguaya voz del relator futbolero llenaba el modesto parlante de mi humilde y oxidada radio, ofreciéndome así un conocimiento secreto que eventualmente me ayudarían a despejar aquellos gritos discordantes cada vez que debatíamos con los muchachos del barrio las peculiaridades acerca del nacimiento del Bardo.
“Víctor Hugo era su nombre: un rioplateado poeta del éter, un relator de las mil noches nupciales entre el pie y el balón; él comentaba en aquellas gloriosas tardes ocurridas durante los últimos años del siglo XX, tiempo en el cual el estilo ofrecido por River Plate era sinónimo de arte en movimiento, acerca de las bondades del negro Astrada, el sol del mediocampo; Víctor Hugo cantaba encumbrando al número cinco que siempre estaba presente aunque nuestros ojos no pudiesen encontrarlo; omnipresente sobre la verde galaxia.
“Habiendo dicho eso, por favor no empiecen con esas macanas acerca del eclipse y estupideces de esa calaña: el Bardo nació el día en que nació, y el negro Atrada estaba sobre los verdes campos de Stratford-upon-Avon, incluso si un par de ojos distraídos fallaron en verlo.”
Una prima no reconocida de un amigo de un tío segundo (por el lado materno) de Shakespeare, en el medio de una riña de gallos, espetó:
“El sol estaba ahí, pero cubierto[6]. Ahora, ¿es esta acaso una justificación sensata para dejar de llamar día al día?”
El filósofo y onanista James Huppert Gambelputty, despedaza el asunto en su best-seller Tractus de Profundis Philosophicus-Logicus:
“El día y la noche, dos facciones de una indivisible unidad contenida en los confines de la macro indivisibilidad de las probabilidades kantianas, y siguiendo el método favorito de Wittgenstein, a partir de la premisa de Kantor, la cual establece que dos unidades de tiempo cualesquiera, solapadas entre la tercera parte que indica el poder por sobre dos factores, es per se absolutamente indivisible e inalienable: por lo tanto, la vigésima tercera y vigesimocuarta jornada no deberían posiblemente se consideradas como días.”
Hasta ahora, nadie ha podido demostrar el haber entendido su postulado, aunque es cierto que es veneradísimo en todos los claustros académicos alrededor del mundo.
Los talentosos y mágicos adoradores de astrolabios y cartománticos protagonistas de nuestra historia, es decir, Stella Atkinson y el pasto anglicano Richard Gutton, se batieron a duelo el día vigesimoséptimo (veinte y siete) de abril (quinto mes del año menos uno), a campo abierto, bajo la atenta mirada de un joven e imberbe Will Shakespeare, quien había por primera vez visto la luz (oscura) del día (noche) el vigesimotercer día (XXIII) de abril (sexto mes del año menos dos más uno dividido dos más uno más su mitad).
Stella, habilidosa como siempre y arrogante como nunca, tanto para demostrar sus amplios y casi todo-abarcadores poderes amén de sus tremendos talentos clarividentes que le hubieron sido conferidos de natura, afrontó el duelo con su ligero y famélico revolver Smith and Will; ella ya sabía la suerte que el siempre familiar destino le había reservado. Alea iacta est fue su ultimo grito sofocado en sangre.
Predeciblemente, su predicción tomó vida: fue completada precisamente como lo había soñado durante continuas noches, cuando una bala soplada por el destino perforó su sien izquierda (aparentemente había muchísimo viento durante el duelo) a las 7:45 pm del vigesimoséptimo día (veinte y siete) de abril, 1575.
Incapaz de tolerar las amargas mieles de la derrota, Richard Gutton abandonó los hábitos y se perdió en las irremontables profundidades del Hindu Kush.
La controversia está lejos de finalizar; y hasta la fecha[7], 15.894.983 (quince millones ochocientos noventa y cuatro mil novecientos ochenta y tres) muertes han ocurrido debido a esta absurda polémica acerca del día (o la noche) durante el cual sucedió el nacimiento del eterno poeta y dramaturgo (y amante de las manzanas), William Shakespeare.
Scotland Yard ya ha podido identificar aquellos grupos de bribones y violentos fanáticos que aún mantienen vivo el flamígero debate, y quienes además podrían ser considerados responsables de la horripilante acumulación de muertes; hay principalmente dos facciones involucradas en esta avergonzante disputa; bandos que continúan peleando como Capuletos y Montescos desde el año 1565, en la sombrosa calle Rubbegh, numero 17, ubicada en el original pueblo Shakespeareano. Uno de los bandos se identifica con un estandarte que porta la fina belleza de un rostro perteneciente a una blonda mujer con rasgos galeses, y son conocidos como Total Eclipse[8], mientras que la banda rival era (y es) conocida como Here Comes the Sun; su estandarte retrata un misterioso ángel vestido con un alegre bigote, sosteniendo un escarabajo entre sus dedos índice y pulgar de su mano diestra.
Alejándonos un poquito del fervor que tal controversia inspira, compartimos una divertida información[9]:
“William Shakespeare no solamente fue bendecido y acariciado por las musas que lo asistieron en aquella digna tarea de componer y producir semejante magnifico corpus literario, pleno de honor y merecedor de miles de universos, sino que además el Bardo poseía virtudes y cualidades de una naturaleza supra humana; no solamente era capaz de correr los cien metros en menos de lo que tarda un gallo en cantar al alba, o de saltar por sobre siete (7 o VII) caballos puestos uno encima del otro, o de cocinar hasta quince platillos diferentes de calidad gourmet, sino que, dadas las cualidades angélicas de su humilde y pacífica alma, decidió, en nombre de la armonía y la concordia y el bienestar de su familia toda, nunca más volver a celebrar un mísero aniversario de nacimiento; decisión que fue tomada durante una angustiosa e insomne noche en la cual su séptimo cumpleaños llegaba a su fin.”
O como lo hubiese expresado el experto en Ming y antropólogo Stellan Pers Skarsgaard, durante aquellos tiempos previos al olvido:
“Dadas sus extremas sensibilidades, y presionado por las diversas corrientes de opiniones opositoras que en aquel entonces hervían en el seno de su grupo familiar, el cual estaba persistentemente sufriendo la arremetida de feroces y amargas disputas que continuaban siendo excitadas por la correcta fecha de arribo a este mundo del precoz y genial dramaturgo quien, sensatamente, eligió la paz… renunciando así voluntariamente a ese azucarado día de excesos grasosos y de confeti añorado por cada niño que jamás haya existido en este plano terrestre.”
[1] No estamos omitiendo el verbo despertar, pero lo dejamos para la siguiente nota a pie de página. Ver (2)
[2] Aún queda por contestar si las dudas efectivamente duermen, o si apenas es una forma figurativa del ejercicio de la escritura. Ya se ha enviado una carta a los editores del Opus Magnum para que puedan evacuar semejante duda razonable. Si no resultare respuesta alguna, habremos de recurrir a algún remedio casero o laxativo en caso de emergencia, sin romper el vidrio. No es beneficioso para el sistema digestivo el permitir a semejantes dudas de naturaleza mística pulular dentro de nuestro propio cuerpo. Si luego de un día entero (o noche) esa persistente pregunta permanece, deberá ser evacuada por cualquier medio posible.
[3] Justo es presumir que el anteriormente mencionado era sordo como una tapia.
[4] El cambio de estilo sugiere que el copista se cansó de escribir cifra por cifra alfabéticamente, decidiendo en cambio tomar el atajo de los números arábigos.
[5] Tal es a partir de la descripción de Robert de Truce, astrónomo en la corte del rey Joseph Baratheon, tercer gobernante de la tierra de Lejano, Amplio y Adelante. También era un experto en meteoritos, eclipses y Gnocchi amasados con un utensilio hecho de roble.
[6] El sol no puede sufrir el acuchillante frio: el mismo es emanador de calor; por lo tanto, cualquier chiste que quisiese ser proyectado a partir de tal palabra, está correctamente censurado.
[7] La reaparición de números expresados a través de palabras ridiculiza y desmiente la sugerencia susurrada en el número cuatro (4).
[8] En los suburbios de Londres se vocaliza un mito: éste afirma afinadamente que la famosa canción creada y cantada por Bonnie Tyler es un claro gesto de apoyo al bando obvio.
[9] La pieza ofrecida es un boeuf o lomo, costando 87 libras el kilo.
[10] La porción de texto a la cual se hubiese referido esta nota a pie de página, ha sido perdida.