“El que no arriesga no gana… y quien arriesga, tampoco.”
Esta sentencia fue pronunciada postreramente por el famoso apostador y proxeneta de Beaumont, Texas, conocido como John el frijolero McKeane.
Abrumado por deudas impagables y con un terrible dolor de muela, se dejó caer sobre los vibrantes aceros de la Fargo Wells Train Co.