Su confianza en los principios de su doctrina es inquebrantable.
Su respeto a los valores que descienden desde la cúpula es total.
Su lealtad a sus superiores es absoluta.
Su heroísmo es tal, que está dispuesto a dar su propia vida para defender tales principios.
Su sentido de pertenencia es estable, reforzado mediante contenedoras actitudes por parte de sus superiores y compañeros.
Su temor al castigo es tan grande como su ansia de recompensa y reconocimiento.
Aquello que los separa es el uniforme: uno lo tiene, y se lo llama soldado; el otro no, y se lo llama terrorista.
Los une el condicionamiento y adiestramiento, al cual han sido sometidos por verdaderas elites que diseñan sistemas explotadores de las vulnerabilidades de la psique humana.
La palabra terrorista es utilizada para etiquetar al enemigo del poderoso.
Este está protegido por convenciones que lo hacen depositario de las supuestas mejores cualidades humanas: heroísmo, coraje, valor, valentía. El heraldo del Bien.
Al otro se le endilga el fanatismo, la locura, la irracionalidad. La quintaesencia del mal.
El verdadero terror es la uniformada legitimación de la violencia, disfrazada de servicio.